XXVIII Pregón de Semana Santa - Colegio Oficial de Enfermería





Presentación



José Luis Cabello Flores
Hermano Mayor Archicofradía Sacramental de Pasión

Soy cristiano por la gracia de Dios.
Los que son tan mayores como yo, recordarán que así comenzaba el Catecismo de la Doctrina Cristiana, que aprendimos en su momento. Bueno, en realidad empezaba con la pregunta ¿Eres cristiano? A ella contestábamos, sin dudarlo, ese “soy cristiano por la gracia de Dios”.
Y porque soy cristiano convencido, que me declaro abiertamente practicante, es por lo que formo parte de una Hermandad. La Archicofradía Sacramental de Pasión. Creo que una hermandad es un magnífico instrumento para mejorar en la fe, para formarnos como creyentes, para practicar las obras de misericordia, mantener internamente una convivencia verdaderamente fraterna y evangelizar con el ejemplo a cuantos nos contemplan desde fuera.
Y como yo, sé que nuestro pregonero piensa de la misma manera. Es ,por así decirlo, tan HERMANO como COFRADE. Le interesa mas el fondo que la forma. Va a lo sustantivo, aunque valore lo accidental en su justa medida. Y eso lo lleva a la práctica en su vida personal y profesional y, por supuesto, en su relación con el mundo cofrade.
Recientemente, ha sido entrevistado por la periodista de esta casa, y le ha preguntado sobre cual es su vinculación con la Semana Santa de Sevilla y cómo le nació el interés por ella.
Manuel no suele responder alocadamente a las cuestiones de peso, y esta lo es. Él interioriza las preguntas, las tamiza enseguida en su ágil mente y contesta con seguridad. En este caso contestó literalmente “que él cogió ese tren un poco tarde”, ya que carecía de ascendencía cofrade pero -añadió- la vida me compensó parando en todas las estaciones.
Pero estoy hablando del pregonero, sin haber dicho aún que su vida cofrade está estrechamente vinculada a tres devociones, que le han marcado desde hace tiempo.
La primera en el tiempo, 1989, es la Hermandad de la Redención.
Desde pequeño siempre le había gustado la Semana Santa, pero por respeto a la voluntad familiar de que optase a lo que quisiese en su mayoría de edad, nunca fue hermano de ninguna hermandad... hasta que tuvo hijos. Al nacer su hijo mayor, quiso que él viviera y sintiera lo que en su niñez no pudo hacer, y a través de un compañero de trabajo hizo a su hijo hermano de la Redención con tan solo dos años, para que saliera de nazareno. Al año siguiente, sin ser hermano de ninguna hermandad y estando en la fila para sacar la papeleta de sitio de su hijo, se acerca su amigo y compañero de trabajo, por aquel entonces miembro de la junta de gobierno, y le pregunta que si quiere llevar un farol en la cruz de guía, ya que un problema físico había incapacitado a su portador. Manuel responde que no es hermano y que no tiene túnica, a lo que su amigo le responde que eso tiene fácil solución; en ese mismo momento lo hacen hermano y le buscan una túnica de préstamo disponible en la hermandad. Manuel, encantado de la propuesta, pone como única condición que su hijo pueda ir junto a él portando su varita de niño; así se acordó, se realizó y se repitió durante varios años.
En 1991 se hace hermano de Pasión; desde entonces ha salido seis años como costalero del Señor y ha formado parte durante otros 16 de distintas juntas de gobierno, con diferentes cargos:  Prioste Sacramental, Celador de Pasión, Diputado de Gobierno y Diputado Mayor.
El Señor de Pasión, “SU” Señor de Pasión, está íntimamente vinculado a su vida de fe, a su vida como verdadero cristiano; pero también lo está incluso a su anecdotario personal, como así se lo reconoce a la periodista que le pide una anécdota destacada que le haya regalado la Semana Santa. Nuestro pregonero, sin dudarlo un segundo, le contesta que si tuviera que destacar una sóla, “sería la contemplación de la imagen del señor de Pasión fundiéndose con la luna llena y la Giralda, desde el palquillo de la Plaza de San Francisco tras pedir la venia; y añade firme, seguro y convencido: “en esos momentos no te quieres cambiar por nadie”.
En 2014 se hace hermano de San Bernardo y, desde allí, colabora habitualmente en la Parroquia, tanto en la pastoral de salud como acolitando en las celebraciones litúrgicas de la propia Parroquia y de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud y María Santísima del Refugio.
Esta sagaz periodista a la que he citado ya en mas de una ocasión, también le preguntaba a Manuel como valora la Semana Santa de los 90 comparada con la actual. Nuestro pregonero le dice que una parte del pregón que hoynos desgranará, toca ese tema, pero nos anticipa no obstante que hay cambio notable y que no es en absoluto partidario de algunos términos que se han acuñado y de algunas costumbres que se han ido asentando, ya que todo eso no es sino la exaltación de lo tópico y lo anecdótico. Ya dije que Manuel Alfonso  cree y defiende lo esencial.
Quizás por eso -o sin quizás- ahora soporta menos los aditamentos superfluos, las músicas estridentes, las banalidades, los efectismos.... Hoy por hoy nada de eso le interesa, ya que el tiempo, su madurez intelectual y su sólida formación religiosa, le han liberado de lo que podía haber en él de aficionado, para dejarlo sólo en su percepción y vivencia de cristiano.
En estas pinceladas que voy dando para que el auditorio pueda conocer a nuestro pregonero, debo añadir enseguida que una muy buena persona. Defiende con vehemencia a todos los que quiere. Y atesora unos valores sólidos en la firmeza de sus convicciones e ideales. Es perfeccionista y muy detallista.
Escribir siempre le ha gustado, pero en los últimos años ha profundizado más en esa afición, ligada con frecuencia a su fe.
Entre sus aficiones fundamentales está la práctica del deporte; durante lustros ha practicado atletismo, especialmente la maratón, consiguiendo una gran marca (2h 52m) en la edición de 1993 en Sevilla. Ha viajado con su mujer y sus amigos corriendo maratones por muchas partes del mundo.
Como todo buen deportista, ha tenido sus destacados momentos, que uno cuenta una y otra vez, para presumir ante los amigos. Se que el pregonero no se enfadará conmigo si cuento que hace años ya, cuando aún era joven, iba en el autobús justo al lado del conductor, que escuchaba como Manuel presumía de lo bien que remataba y como subía la banda. Fue entonces cuando el conductor del autobús se volvió y le dijo:
“Tio, ¿qué espera el Real Madrid para ficharte?”.
Por su bonhomía, su capacidad de relación con los demás, su cordialidad y su afición por la literatura, los socios de su caseta de feria le encargan muchas veces el pregón del día del “pescaito”.
Por cierto, esa afición por escribir la plasma en un BLOG que os recomiendo a todos: “Soyquiensoy.es”. A quienes accedáis os sorprenderá muy agradablemente.
Es un enfermero de muy larga trayectoría siempre ligada a la Traumatología, tanto en hospitalización, como domicilios, y en la actualidad en la sala de curas de las consultas externas del Hospital de Valme. Por lo que sé a través de sus propios colegas, es un compañero excelente, tanto en lo profesional como en lo personal. Y repiten que todo lo bueno que puedan decir de él es poco. Manolo, te encantará saber, -aunque a decir verdad eso ya lo sabrás- que para tu hijo eres el referente de su vida, alguien a quien mirar e imitar y la persona con la que comparte sus gustos y aficiones. El refranero español es muy sabio y dice claramente eso de “dichosa la rama que al tronco sale”. Y es que, a tal padre, tal hijo.
Para no impacientar a los asistentes, voy a ir concluyendo ya; pero no puedo hacerlo sin antes proclamar bien alto que en Manuel Alfonso he encontrado siempre una persona de trato cariñoso y exquisito en sus formas, muy interesado en conocer las tradiciones y costumbres de la Semana Santa en general y, en particular, de nuestra común Archicofradía Sacramental de Pasión. Creo que es un gran embajador de la auténtica devoción al Señor de Pasión y a la Virgen de la Merced, acreditada por una vida interior de gran profundidad espiritual.
Eso, precisamente, es lo que le lleva a marcarse como objetivo prioritario el ser un buen padre para sus hijos, un buen marido para su esposa, una buena persona para con todos. Y sabe lo difícil que es alcanzar esa meta. Busca formarse continuamente en su profesión para lograr el mayor crecimiento profesional. En el plano religioso, intenta superar dudas, miedos, comodidades, enfriamientos de fe... Desea rezar más, querer más al Señor, confiar más en la Virgen. Creo que de manera muy general, esos son los objetivos de nuestro pregonero.
Llegados a este punto, espero que no se moleste conmigo si revelo, públicamente, esa primera visita que realizó al señor con su nietecillo Manuel Alfonso, de sexta generación, prácticamente recién nacido hace de eso no demasiados meses. Cualquiera que lo viera entonces, no olvidará jamás su mirada emocionada, fija durante varios minutos, casi sin pestañear, en las imagen del Señor de Pasión, dando sentido a eso que tantas veces se pregona del amor transmitido por herencia familiar y de sangre, a nuestros sagrados titulares, y que constituye una de las señas de identidad de nuestra religiosidad popular.
Ahora, querido Manolo, este auditorio congregado en el Colegio de Enfermería de Sevilla, espera impaciente tus palabras, siempre claras, siempre certeras y siempre sinceras, que serán oidas en silencio expectante y cortadas a veces -seguro- por los aplausos de aprobación, a sabiendas de que están dichas desde la sinceridad y pronunciadas con el alma. Tuya es la palabra, querido amigo.
                                                                                                                
















Pregón Excmo. Colegio de Enfermería
Sevilla - 2019
Delegación de Colegiados de Honor


Manuel Alfonso Consuegra            Enfermero
Al maestro Curro Romero, hombre de faenas cortas y paradigma del aprendizaje mediante la observación y la escucha, el viejo Salomón Vargas, un subalterno de dinastía de su Camas natal le dijo una vez:
 «Hijo, con dos dedos de tu mano basta, para
 mover un capote como te salga del corazón».
Pues bien, a ver si con los dedos con los que he
 dirigido mi pluma sobre el papel y mis torpes
 palabras, soy capaz de mover vuestros corazones
 en este acto entrañable.




Y es que ya no queda nada.
Tras vísperas y Cuaresma,
cuando solos nuestros pies
nos llevan a las iglesias.
Cuando rezos y oraciones
se dejan a los oídos
de las imágenes cerca.
Cuando parece que bajan
de los altares de culto
de su envoltura de cera,
devoción, plata e incienso.
Plegarias a nuestro lado
que nos dejan saludar
sus manos o pies con besos,
mientras les dices bajito:
«Gracias Señor, otro año»
o le acercas a tus nietos:
«Guárdale Madre, ¿a qué es guapo?
mientras ellos tan pequeños
retroceden asustados.
Y es que ya no queda nada.
Esas últimas puntadas
de amor en los dobladillos,
la túnica ya planchada
que parece tan sencillo,
por las manos temblorosas
de una abuela primorosa
que es capaz de cualquier cosa
por ver feliz a un chiquillo.
Listos ya los bellos palios,
fundida la cera virgen
para Virgen alumbrar
en su paseo triunfal
de los suspiros bordados
por nuestra ciudad amada.
Y es que ya no queda nada.
Brotado ya el azahar
que se quiere así sumar
a esa cita que anual
nos regala el calendario,
lucen sus mejores galas
las plazas, calles y barrios.
Las últimas “igualás”,
los postreros “retranqueos”,
las piezas van encajando
en el gran rompecabezas
que Sevilla ya maneja
hasta el Domingo de Ramos.
Y es que ya no queda nada
para la celebración
cada año en primavera,
que larga se hizo la espera.
Pasión, muerte y resurrección
de Jesús Nuestro Señor,
al que su Madre acompaña
sumida ya en el dolor
de que su Hijo le falta.
No te aflijas Madre Nuestra,
que Él es Nuestro Redentor,
enjuga aquí la tristeza,
en el pañuelo de amor
que te ofrece nuestra tierra
que de ti nunca se aleja
y que a tu paso proclama
y humildemente te reza:
¡Sin pecado concebida,
bendita sea tu pureza!.






Permitidme amigos antes que nada, una breve reflexión sobre lo que nos trae hoy aquí.
En contra de la opinión de algunos sectores de nuestra sociedad, quizás los más puristas o integristas cofrades, valga la expresión, en cuanto al desarrollo reciente de la Semana Santa en nuestra ciudad. Mi opinión es que no estamos en la U.V.I., como pregonaba hace unos años el máximo dirigente de uno de los queridos equipos de la ciudad, refiriéndose a la situación económica y social del club.
Extraños vocablos, como disconfort, macroturismo, parque temático y algunos otros difíciles de entender, son ya familiares a nuestros oídos, casi siempre asociados con la longitud y lentitud de los cortejos penitenciales, la dificultad para presenciarlos o la acumulación masiva de público en determinadas zonas del itinerario (entradas o salidas)  a ciertas horas, excluyendo la Carrera Oficial.
Volviéndose esta zona, incómoda para el nazareno de a pie y en general para la organización de la cofradía.
Circunstancias que como sabéis, han generado en  los últimos años; ideas como la ampliación de la Carrera Oficial, el formar a los nazarenos de a tres cuando se trata de cirios y de tres o hasta cuatro los portadores de cruz, siempre en función del número de hermanos que sume la cofradía.
He llegado incluso a oír sugerencias tan drásticas como sacar papeletas de sitio en años alternos según la numeración par o impar o bien esperar un número de años de antigüedad para realizar la estación de penitencia.
Sinceramente pienso que nuestras cofradías y en consecuencia la Semana Santa, gozan de buena salud, el empuje de los barrios periféricos de gente joven con inquietudes cofrades así lo demuestran.
Pero ojo, también creo que las nuevas generaciones precisan de un continuo seguimiento y regulación para poder seguir con ese maravilloso equilibrio que la ciudad ha sabido y sabe imprimir a las manifestaciones públicas de culto.
Y os pondré un ejemplo que puede ser ilustrativo y que también podría ser objeto de un apasionado debate en cualquier foro cofrade de esos que se nutre la Cuaresma mientras los debatientes se nutren de un “pescaito frito”.
Desde unos años acá, la proliferación de las famosas sillitas, en cualquiera de sus telescópicas versiones: banquetas, bastones multiuso, fantasía playera… han sido y son azote para los que tratan de mantener la seguridad en las calles durante los desfiles procesionales.
Creedme si os digo, que cuando fui Diputado Mayor hace pocos años, al acudir a las reuniones conjuntas con el Cecop, Policía Nacional,  Policía Local, Bomberos, Protección Civil, Cruz Roja, etc. Se le quitaban a uno las ganas de formar una cofradía de más de mil nazarenos, te daban ganas de rezar, con la impresión de que íbamos a las trincheras o a ser víctimas de un imponderable de la naturaleza; llámese tsunami, inundación o lluvia meteórica.
Pues bien, como probablemente sepáis, se ha llegado más lejos.
Los acúmulos de público desde muy tempranas horas a las puertas de los templos como si las colas para asistir a un concierto de un icono musical del momento se tratase, han añadido una dificultad más al público que acude a las iglesias a contemplar los pasos con detalle y “tranquilidad”, personas que por su edad o déficit motor o simplemente porque no se lleven bien con las mareas circulantes de personas.
Por otra parte, dificultan o impiden a veces la correcta recepción y cumplimentación de hermanos de esas representaciones que sedientos de abrazos, acuden por la mañana según el día.
La cantidad de comercios orientales de horario farmacéutico ha contribuido y de qué manera a tal despropósito, encontrándonos una diversidad de artículos de camping que van desde mesas plegables, sillas, tableros de juegos de mesa, siempre acompañados de las correspondientes viandas y bebidas frías en neveras de poliespan y laterio conservante.
Ahí lo dejo a vuestro parecer, pero no he podido sustraerme a la tentación de escribir unos versos con cierta dosis de humor sobre el tema:







Guárdame el sitio, que voy,                                  
al servicio en un momento,
pues ya que vas, tráete algo
que el tiempo pasa muy lento.
Estarían bien dos litronas
con un papelón de queso
y unas cuantas aceitunas
de esas que no tienen hueso.
Te como y me cuento veinte
y a la próxima pa dentro
y ve sacando las cartas
que ocupa mucho el tablero
que en cuando quiten las vallas
queremos ser los primeros,
pegaditos a la puerta
junto a los respiraderos.
Pero si quedan diez horas,
¡cariño que yo me vuelvo!
Anda ya, no digas eso,
sabes que tengo promesa
y mi hermano es costalero
que tu primo es monaguillo
y esto no cuesta el dinero.
Anda, lía un cigarrillo
y recoge el campamento
que ya han cerrado las puertas
y aquí va a haber movimiento.
En cuanto salga nos vamos
a donde tú quieras cielo.
¿Y si la vemos mañana?
cuando venga de regreso.

Mi vocación fue tardía, por razones que no vienen al caso, en mi casa no había un ambiente cofrade, mis padres, ante el planteamiento de pertenencia a una hermandad de pequeño, me remitían a la mayoría de edad para que decidiera, mientras contemplaba con sana envidia como amigos y compañeros de colegio vestían sus primeras túnicas e incluso se hacían sus primeros costales.
Mis ganas  se enfriaron, como se enfría una articulación si no le das movimiento.
Ya con treinta años cumplidos, un Domingo de Ramos, presenciando antes de su entrada en Campana la cofradía de Jesús Despojado, mi hijo con tan solo dos años me hacía repetidas indicaciones sobre los nazarenos, a los que seguía, e incluso intentaba levantar los faldones del paso para ver qué pasaba allí debajo con tantos pies por fuera.
Al año siguiente y tras hacerlo hermano de la Redención, hizo su primera estación de penitencia y Dios quiso que al siguiente la hiciera yo con él de la mano, portando un farol al lado de la Cruz de Guía.
Al poco tiempo nos hicimos hermanos de Pasión y comencé a salir, pues siempre había sido mi devoción, llegando a ser seis años su costalero, ahora lo es mi hijo.
«Los caminos del Señor son inescrutables» que dice el profeta Isaías.
También puedo decir con orgullo que he formado parte de cuatro juntas de gobierno, la última de ellas compartiendo también con mi hijo las labores en el orden de la cofradía.
Pero quizás mi mayor satisfacción resida en que durante estos treinta años he hecho a más de cuarenta hermanos, son mi tramo, a los que con gusto proveo de papeletas de sitio cada Jueves Santo.
No quiero dejar atrás a la Hermandad de San Bernardo, por razones de vecindad parroquial comencé a colaborar en los cultos, ya que soy acólito y acabe haciéndome hermano y solo tengo palabras de cariño y agradecimiento hacia la Hermandad por el magnífico trato que me dispensan.



Por la calle Santiago,                                      
hábito crema y morado
esa dulce sensación
cuando “el arroz ya pasado”
te da la vida el honor
de llevar a tu hijo al lado
mientras portas un farol.
Alternativa me dió
el que maneja su vara
y al sonido del tambor
tras la banda se dispara
como si fuese un gorrión.
Ya las ramas del olivo
asoman buscando el sol
y ven el beso traidor
que por las treinta monedas
entregan al Redentor.
La verde malla traspasa
de los rayos resplandor
que le acarician la cara
a la Madre en su primor.
Aires de gran romería
consiguen que por un día
la Campana sea marisma
y la avenida Doñana.
Que suene ya el tamboril
y el flautín que va en la marcha
que proclama y que no esconde:
Rocío, patrona de Almonte
y en Sevilla y con su pueblo
Ella es Rocío del Cielo.



Aun con el dulce sabor que los turrones dejaron en nuestro paladar, todo empieza a sucederse deprisa.
En un barrio de Sevilla, comienza la metamorfosis anual que nos llevará de la octava de Navidad como sin darnos cuenta al primer día de quinario de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder.
Es el inicio del rito, el principio del final, la búsqueda del Norte en la brújula que marca los cuatro puntos cardinales de la ciudad, el austero rincón donde la enorme cúpula asemejada al Panteón de Agripa acoge a los hermanos, vecinos y conciudadanos cuando acuden a rendir culto al Señor de Sevilla.
Curiosa coincidencia, sabéis que el Panteón de Agripa en Roma fue mandado construir por el emperador Adriano, si, aquel que nació en Itálica y que da nombre a una de las calles más emblemáticas de la ciudad.
Los cultos al Señor, acabarán en la Epifanía, el día de la adoración de los Magos de Oriente con la Función Principal y la representación Eucarística bajo palio recorriendo la plaza de San Lorenzo en procesión solemne.
Más adelante, la media noche del viernes de Dolores, el Señor bajará desde su altar para desde el presbiterio recibir gracias y peticiones; y esos besos emocionados de la fidelidad de un pueblo que le otorga la confianza en momentos de dificultad o zozobra.










Tan solo decir Señor
y ya todos le conocen,
no necesita apellidos
ni siquiera advocación
el que administra el perdón,
consuela al arrepentido
y da a la vida sentido
cuando besas su talón.
Quien diga que no acudió
a buscar en El respuesta
a un problema de salud,
al plazo de una hipoteca,
a la falta de un empleo
o a llevar la vejez puesta
es que al pasar nunca vio
siempre sus puertas abiertas.
Él nos espera al final
adonde acaban las velas.
Gastado ya su talón
de innumerables promesas
que salen del corazón,
de la fe que los gobierna.
Son las colas un pregón
que buscan tenerlo cerca.
Nietos que con sus abuelas
en brazos sus manos besan
y luego en la lejanía
encogidos les preguntan:
¿Quién era ese hombre abuela?
Su rostro se deja ver
en los viejos calendarios,
en las gastadas estampas,
en los talleres de barrio,
en los cristales del coche
y hasta en las gorras de plato.
Y siempre en las cabeceras
del que reclama cuidados,
que llevar la enfermedad
es mejor con El al lado.
Ya es madrugada en la plaza,
los cirios suben y bajan
en el medido vayven
del que en el tramo los manda.
Ya sus manos desataron
y de cerca no se le habla
solo de lejos le cantan
los que pueden con su voz
dirigirle la plegaria.
Manos que siendo de Dios
parecen ya trabajadas
por el peso de la cruz
y el poder de su zancada.
Señor que todo lo puedes,
avanzas entre naranjos
y los cuerpos se estremecen
mientras las espinas hieren
la perfección de tus sienes.
No nos dejes de tu mano
y danos fuerza otro año,
para poder presenciar
la majestad de tus pasos.
Refuérzanos en la fe,
en caridad y compromiso,
para poder ser un día
imagen a tu medida,
secuencia de tu perfil,
de tus pinturas el lienzo
el Señor del Gran Poder,
vecino de San Lorenzo.










Refuerza nuestra fe Señor, esa que no vemos pero que hablamos de ella como un sentimiento siempre presente en nuestras vidas.
Por la fe creemos en Dios, en todo lo que Él nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de tal.
No es una advocación común en nuestras sagradas imágenes, no tenemos un Cristo de la fe, un Señor de la fe o una Virgen de la fe como más adelante hablaremos de la Esperanza o de la Caridad.
Pero curiosamente, si aparece la fe en unos de los pasos alegóricos que procesiona por las calles de la ciudad.
Es en el misterio del Sagrado Decreto de la Santísima Trinidad, todo un tratado de teología itinerante, en este misterio es donde verdaderamente tiene su origen la Semana Santa, y no en el lavado de manos del gobernador Poncio Pilato, personaje del que después hablaremos.
No ha sido fácil encontrar una disposición, adecuación o equilibrio en quitar o poner imágenes de una u otra manera para definir el misterio.
Aun así es de difícil comprensión por su elevada carga teológica.
Dios Padre “decreta” la entrega de su Hijo para redimir a la humanidad del pecado, a su lado Dios Hijo soporta la cruz redentora que descansa sobre el mundo, no hay gloria sin pasar por la cruz. El Espíritu Santo en forma de paloma es el nexo de unión entre las dos divinidades.
Es la base de la fe que profesamos cada Domingo cuando decimos el Credo.
A los pies de Cristo una mujer madura permanece dormida, representando a la Iglesia, que despertará al recibir el agua y la sangre que manan de su costado.
El pecado en forma de serpiente, en una clara alusión al libro del Génesis es vencido por la lanza del arcángel San Miguel. El Papa Francisco cuando tomó posesión de su pontificado, hizo poner una estatua de San Miguel cerca de sus aposentos como protector de la Iglesia del pecado o del mal.
Volviendo a la composición de la alegoría, los cuatro Santos Padres de la Iglesia latina, actúan como notarios que refrendan lo razonable del misterio, San Gregorio, San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo.
Y por último la fe, representada como una mujer joven y dinámica que se dirige al pueblo señalando a las tres representaciones del misterio.
Los ojos vendados por un finísimo tul, cuya transparencia hace ver que no es ciega, sino razonada.
También la podemos ver en las custodias, rematando el último cuerpo de ellas o representada por una joven el Viernes Santo en la cofradía de Monserrat ataviada con una túnica blanca con la cruz en una mano y un cáliz en la otra y siempre, con el tul a modo de venda en los ojos.
“Convertios y creed en el Evangelio”, nos recuerda el sacerdote al imponernos la ceniza al principio de la Cuaresma, y que mejor imagen para presisir el Via Crucis de las hermandades que el Cristo de la Conversión de esta cofradía de Monserrat por las naves del templo catedralicio.
Y siempre, la fe como no, representada arriba de la torre más bella de la ciudad, que no la mas alta, la que llamamos cariñosamente Giraldillo.

El tres de Mayo de 2018, en la misa matutina de la casa de Santa Marta, que es el lugar donde vive el papa en el Vaticano, el Santo Padre realiza la siguiente reflexión sobre un pasaje de la carta del apóstol San Pablo a los Corintios:
«A vosotros, de hecho, os he transmitido sobre todo lo que yo también he recibido».
El mismo San Pablo, recuerda a Timoteo en un bello pasaje: 
«Yo recuerdo la fe de tu madre y de tu abuela».
La transmisión de la fe, no se puede, decía Francisco en su homilía, hacer de una forma mecánica, hay que transmitir lo que hemos recibido, el primer requisito para la transmisión de la fe es el amor y el segundo el testimonio.
Benedicto XVI hablaba de que la Iglesia crece por atracción.
Si se da testimonio de aquello en lo que se cree, se suscita la curiosidad y la atracción de los que están alrededor y las hermandades no se deben quedar atrás, las cofradías deben ser vehículos de la fe en la calle.
¿Cuántos símbolos de la fe tenemos en nuestra Semana Santa?
¿Cómo empieza a suscitarse esa atracción que al principio es curiosidad en nuestros hijos, nietos y nietas?
Mirad:
Todos sabemos lo que es este objeto y sus connotaciones, si esto lo mostramos en cualquier país que no sea el nuestro, e incluso me atrevería a decir que por encima de Despeñaperros, sin temor a equivocarme diría que al preguntar lo que es, contestarían después de observarlo, manipularlo, etc, que una bola de cera, sin más.
El pregonero y periodista Antonio García Barbeito dirá en el libro “Sevilla templo de luz”:

«Una bola de cera es un granero de luces que un día, después, cuando nadie sabe, brotará en el alma del niño que hoy juega con las llamas como con dos mariposas domesticadas.
Mañana también, al recordar esas bolas de cera, la edad le abrirá estigmas de nostalgia en las palmas de las manos. Le nacerá en la sangre esa cosecha de luz que ahora sostiene».
Hermosísimo texto.
En muchas hermandades, la edad requerida para ceñirse el cíngulo o el esparto, coincide con el término de añadir capas a esa bola de cera.
Ese esparto que recoge como gavillas de trigo, todas las dudas del alma y que por unas horas da otro sentido a nuestras vidas.
La fe de las madres y de las abuelas, cuanto sustento en ellas, cuanto tiempo de pie en las colas de reparto de las papeletas de sitio, ese impreso que es la declaración anual de la fe, compromiso y testimonio ante nuestros titulares.
Cuanto esmero y primor en el cuidado de las túnicas y antifaces, que no falte un solo detalle:                                                                                                                              Guantes, botones, hebillas, calcetines, sandalias, el costal.
Cuanto debemos a ellas, auténticas transmisoras de la fe, taller express de última hora en las reparaciones del atuendo penitencial.     
Porque el nazareno o nazarena es presumido, le gusta ver los vuelos de su capa mientras observa el brillo de sus hebillas o del dorado hilo de su escudo bordado. O en el caso del nazareno que va de rúan al dirigirse al templo en silencio y por el camino más corto se busca en el cristal de los escaparates para verse reflejado, ver su capirote como espadaña desafiante al cielo de la ciudad.
Al nazareno, cuando va acompañado de su prole, le gustaría pregonar a los cuatro vientos:
«Son mis nietos o mis nietas»
En un pecado venial de humana vanidad, pero se contiene, y lo hace porque lo disfruta para él, consigo mismo, en un legítimo egoísmo de continuidad de la saga. 
Nos pasa también en el orden de la cofradía, cuando procuramos ir juntos aunque eso conlleve la renuncia a la antigüedad que poseemos.
Observamos también el mismo ritual cuando desdoblamos las prendas que la noche antes hemos colocado cuidadosamente sobre una silla o en la percha colgada en altura para no manchar los bajos, esos bajos que a golpe de aguja e hilo fueron creciendo con nosotros un día, al compás de las puntadas de esos “mozos de espadas” improvisados que son las madres, esposas y abuelas.
Pero si hay que hablar de presumidos y además con razón, son los componentes de la centuria los que se llevan la palma, o el plumero en este caso, los “armaos”, contraste de altivez con la sonrisa burlona entre la gola y la celada.
Os habéis preguntado alguna vez por qué gusta tanto en Sevilla un plumero, pero no de esos de limpiar el polvo, que esos los carga el diablo, sino esos altos, blancos o de colores, que cuanto mas plumas mas graduación:
En los “armaos” de la Macarena.
En la Policía Local de gala.
En los seises.
En los alguacilillos de la Maestranza.
En bandas de cornetas y tambores.
En los personajes de la cabalgata de los Reyes Magos, beduinos, heraldo.
Existen otros plumeros, más parecidos a cepillos invertidos, a los que también carga el diablo, más acordes con la uniformidad de la época, como pudieran ser los de la escuadra que acompaña la procesión del Santo Entierro, o como figuran en pasos de tribunal como “el desprecio de Herodes” o el de Jesús ante Anas, familiarmente conocido como “la bofetá”.
Sin duda, todo bajo el prisma del idilio que mantiene la ciudad con Roma y que tiene su máximo exponente en la figura del gobernador Poncio Pilato, único personaje en los pasos de tribunal que no deja indiferente al público y al cual en la ciudad se le pone al final la S de Sevilla y se le pluraliza para que quede claro que uno vive en San Gil, otro en la Calzada y otro en Torreblanca.
A Pilatos aquí llega a entendérsele, se le comprende e incluso en ese “síndrome de Estocolmo” de Sevilla con él, se le perdona y además se le pone una casa. Una casa donde nunca para, allá por la calle Águilas.










Una ola de espuma blanca
se acerca por Resolana,
del color del uniforme
de los que velan en plantas,
en hospitales, urgencias,
en las farmacias de guardia.
A los sones de “Abelardo”
la Centuria lenta avanza,
que grande ese capiller
quedar inmortalizado
con su nombre en una marcha
de la guardia con más arte
que pasea en la madrugada.
Los “armaos” acompañan
al Señor de la Sentencia
en su amorosa custodia,
mientras que Poncio Pilato
lava sus manos manchadas
de sangre de un inocente,
que entre bueno y obediente
va escuchando casi ausente
lo que pregona el de al lado.
Con cariño le rodean
la noche del Jueves Santo;
a su forma, a su manera,
que su estilo no es cualquiera,
sus pasos al desfilar,
su coraza, hasta sus medias,
que con tanto arte pensó
el ilustre bordador
que fue Rodriguez Ojeda.
Al llegar a calle Feria
el olor a “calentitos”
con el incienso se mezcla,
ya sean de rueda o de papa,
que así se llaman aquí
y no en el resto del mapa.
No está mal reponer fuerzas,
que la noche ha sido larga,
que aunque cerquita ya el atrio,
cansadas están las piernas
pero no así el corazón
que es el que manda y gobierna.
Ya pregunta el capataz:
«¿Señores, estáis dispuestos?»
y responden a la vez:
«¡Vámonos con Él al cielo!»
A ese cielo de Sevilla
que es Roma por una noche
al que Jesús pone broche
entregado a su Sentencia.


Ya la noche es madrugada
y el viejo puente es ahora
una fila de lucernas
de titubeantes llamas.
La luna de Nissan plena,
Cruz de Guía entre faroles
desde Triana a Sevilla,
de la una a la otra orilla.
Por la esquina de Pureza
ya se adivina el romano
que sujetando la rienda
eleva su mano diestra
mostrándole al Redentor
que el Altozano lo espera
y que es más dura la senda.
Atrás va quedando el barrio
camino ya del Barranco,
lonja de los pescadores
donde llegaban los barcos,
mientras rufan los tambores
y suena “Silencio blanco”.
Atronadoras las palmas
cuando baja hacia San Pablo,
el “izquierdo por delante”
entre la gente flotando,
que a los sones de Triana
Jesús se va levantando.

Hablamos de símbolos e iconos de transmisión de la fe, y existen aquí signos continuos de lo que ha de llegar.
Señales inequívocas de lo que está por venir, que los más pequeños y los que no lo son tanto esperamos con la misma ilusión un año tras otro.
Con la misma ilusión con la que los niños descenderán por la rampa del Salvador, nazarenitos blancos con la Cruz de Santiago en la frente de sus remangados antifaces, fértil vivero de nazarenos y gobierno de hermandades en el futuro.
Esa rampa, que desde su montaje, ha albergado los juegos y carreras de generaciones de sevillanos por sus tablas y algún que otro coscorrón.
Tablao que no solo han utilizado las hermandades radicadas en la Colegial del Salvador, sino por muchas que a lo largo de los años han buscado bajo su techo el refugio ante las inclemencias meteorológicas o también cuando se ha albergado una exposición en su interior, como la de los Esplendores de Sevilla en el año 1992.
Ilusión de Domingo de Ramos, el día más esperado, donde todas las miradas confluyen en el cielo, buscando la bonanza del tiempo.
Al igual que cuando entramos en el Salvador con nuestros pequeños, que todas las miradas se centran en la palmera del paso de la Sagrada Entrada buscando a Zaqueo, el personaje bíblico que el Evangelio de Lucas nos refiere que esperó a Jesús subido a un sicomoro pues era muy bajito, una especie de higuera, pero no una palmera, y aquello pasó en Jericó que se encuentra a unos treinta km. de Jerusalén, pero es el Evangelio según Sevilla, al igual que la marcha “Estrella sublime” está dedicada a la Hiniesta o “Soleá dame la mano” a la Esperanza de Triana y fue estrenada en 1918 tras el palio de la Amargura.
Es el quinto de los Evangelios que se escribe aquí cada día y que no se acaba nunca.
Os contaré una cosa sobre Zaqueo, o mejor dicho, sobre su pequeña imagen.
Es una anécdota que probablemente no conozca ni mi querido Hermano Mayor aquí presente.
A primeros de los dos mil, encontrándose en obras la Iglesia del Salvador, el forzoso exilio nos llevó a templos cercanos, la hermandad del Amor se trasladó a la Anunciación, a los pies de “las setas” y la hermandad de Pasión hizo lo propio a la iglesia de la Misericordia, antiguo hospital de San Juan de Dios, situada en la plaza de Zurbarán, justo detrás de “las setas”, un Domingo de Ramos, a las once en punto acudimos como buenos vecinos a cumplimentar a la querida hermandad del Amor y desearles una feliz Estación de Penitencia. Al entrar, los ojos que dicen que siempre son niños se fueron directamente a la palmera.
Y que pasó?......
En efecto, que no estaba “el Zaqueo”, como popularmente se le conoce, todos los chiquillos señalaban el tronco del árbol, huérfano del diminuto personaje; mientras preguntaban a sus padres, tios o abuelos donde estaba el pequeño del hacha de plata y el turbante.
Rápidamente, interrogué a uno de los miembros de su junta de gobierno con el que me une una gran amistad, y colocándose la mano en la boca como hacen ahora los futbolistas para que no les lean los labios, me contestó:
«Zaqueo está en la UVI».
«¿Cómo?» Pregunté de nuevo.
«Que está en la UVI».
Unos minutos más tarde y ya con tranquilidad, me explicó que al subirle a la palmera ( hay que tener en cuenta que la pequeña imagen no se coloca hasta una vez puestas las flores), se había escurrido de las manos de su portador y tras botar en la canastilla había caído al suelo, con el consiguiente deterioro para su estructura.
Afortunadamente, un hermano con conocimientos en la restauración lo estaba sometiendo a una cura de urgencias para que pudiera procesionar, como así hizo, para deleite de niños y mayores, que si supieran que el admirado personaje se dedicaba a la recaudación de impuestos, no lo tendrían en tanta estima a buen seguro.
Amor y Socorro a los encarcelados, rezan las cintas moradas que portan los angelitos tenantes que entre los claveles rojo sangre, envuelven el monte donde el pelícano blanco nutre a sus polluelos picoteando sus propias entrañas, en el mayor símbolo del amor.
Y arriba, Cristo muerto en la cruz, entre la oscuridad y la anacronía de un Domingo de Ramos blanco.
Blanco como la conciencia del nazareno de “la borriquita” que pide la venia en Campana, que ya llegarán los días en que el color negro haga uso de su dominio en el más grande de los triduos en la Pascua de nuestra ciudad.
Mientras, el Porvenir, ya se ha llenado también de nazarenos blancos, de nazarenos blancos del Porvenir que dijese Kiko Berjano, reciente pregonero y amigo en su alocución.
El parque de María Luisa viste sus mejores galas, y huele a Domingo de Ramos.
¿A que huele un Domingo de Ramos?
¿A la flor blanca recién abierta de los naranjos?
¿A las garrapiñadas o el algodón dulce de los puestos ambulantes?
¿Al incienso en su pelea para no ser fundido por el carbón?
¿O es quizás la cera?, ayudada por la gentil fragancia de una adolescencia recién estrenada que pasea por primera vez.
Es el día en que el tiempo, escondido en los adentros de la memoria, resurge fiel a una cita de recuerdos vivos cada primavera.









En la base de la Cruz




El parque se despereza,
ya suena en Capitanía
en los albores del día
el respeto a la bandera.
Estrenan ya las acacias
terno verde en primavera
y están regando el albero
mientras las palomas vuelan.
Los primeros nazarenos
ya acuden a la llamada,
no es un domingo cualquiera
que hoy el manto de la Paz
abre su capa de seda.
Nos hablan en las noticias
de una mujer general
siendo ella la primera,
saludan firmes las torres,
el Cid levanta su lanza
y llueven las alabanzas
del Porvenir las legiones,
que por Arfe entre balcones
desfila la blanca Dama.
Moreno del Porvenir,
paz fruto de su Victoria,
el que recibe la cruz
para cambiarla por gloria.
Sus ojos a la deriva
aceptado ya el tormento
que pregonara el escriba,
la cabeza siempre alta
y la pena consumada,
ya por la calle Brasil
entre jazmines y rosas,
va de frente entre oraciones
de lágrimas salpicadas.


En Triana, no es menos el Domingo de Ramos, y la protagonista de esa ilusión es la Estrella, tramos completos de niños que cruzan el puente en su primera estación penitencial.
El brillo de su luz, ilumina desde la tarde alegre de su barrio hasta bien entrada la madrugada.

El firmamento se llenó de globos y recuerdos,
de arrumacos y risa el Altozano,
de saetas y rezos San Jacinto.
Santas Justa y Rufina a cada lado,
escolta de fieles alfareras.
Lignum Crucis en manos de la Estrella,
puñal que abarca  lágrimas y pena,
de Jesús, orando en su condena.
Detrás la devoción tras su peana,
en el manto que cubre todo un barrio,
ya se oye su marcha en la Campana
dulce compás sublime de Triana.


La fe de los barrios, a veces se produce el retorno de los que un día llenaron calles y plazas, corrales de vecinos que por la especulación de los terrenos y el crecimiento de la ciudad tuvieron que marcharse a barrios periféricos.
San Bernardo es un claro ejemplo, cuando la cerrada fábrica de artillería daba trabajo a los vecinos, ahora convertida en espacio cultural gracias a los fondos inyectados desde Bruselas.
La ciudad se ha llenado de espacios y gastrobares, cada vez hay menos espacio para moverse: espacio Santa Clara, espacios para eventos, espacios naturales, espacios protegidos, espacios coworking, bendito sea Dios, la forma de llamar a una oficina en Sevilla, “espacios coworking”……
Y no hablemos de los gastrobares, que eso tiene nombre de banco de pruebas para estómagos sin estrenar.
Con lo que disfrutamos los sevillanos con una tasquita donde sirvan la cerveza bien fría.
Esos templos de los barrios, que se siguen denominando “casas”, como Vizcaíno en Montesión, Mariano en Pumarejo, Coronado en la Puerta de la Carne, lugares donde el “serrín” hace de alfombra y se reponen fuerzas trás el sofocante calor de una bulla.
Algo parecido a San Bernardo ocurre con el Cerro del Águila con la vieja fábrica de Hytasa, o en el Tiro de Linea, que atribuye su nombre a que era el lugar donde se probaba el material que salía de la fábrica de artillería de San Bernardo y que se almacenaba en la vieja pirotecnia situada donde hoy se encuentra la facultad de empresariales, muy cerca de aquí.
O sea que hubo una época en que Sevilla debía de ser como un gran polvorín.
En estos barrios, las hermandades siguen siendo nexo de unión de hermanos y lugar de convivencia los días señalados para llenar las calles de Sevilla y reencontrarse en el viejo arrabal, algunos ya céntricos por la adsorción urbanística, buscando sus raíces más profundas.

La cabeza sobre el hombro
se terminó la agonía,
en las paredes silueta
ya la frente sin sudor,
a golpe de llamador
“la levantá” se demora
mientras  la calle le llora
al mismo tiempo que implora
a su paso una oración,
sobre los claveles rojos
los lirios van salpicados.
Mi Cristo de la Salud
mi Señor crucificado.
Se apresuran los bomberos
en el puente que con ellos
compartes la propiedad
a subir en la escalera
y ponerte en un altar
retablo de incienso y luz,
Gólgota etéreo y marchito
donde expiró la Salud
del mayor de los benditos.
Airosa en la calle Ancha,
airosa subes el puente,
sepia en las fotos antiguas
bajo el sol del mediodía
con su manto grana y oro
de alamares el faldón,
de torería el remate,
sobre el costal un tesoro.
Refugio lejos del barrio,
que al atravesar la Ronda
no hay sevillano que esconda
la luz que su rostro irradia,
por la calle San José
caminito de la Alfalfa.
Que gran fortuna la mía,
haber sido el elegido
de en la esquina de tu paso
fundir la cera rizada
que en el viaje a Sevilla
iluminase tu cara.
Claveles y velas blancas,
racimos de fe en tus andas:
gladiolos, iris, nardos.
Ya la noche se cerró
y por el puente Ella baja,
ya los sones de Cruz Roja
van desgranando sus marchas.
Protégeme Dios mío
que me refugio en ti.
Refugio de extrañas vidas,
de la droga, la bebida,
del dolor de la partida,
del juego, de la mentira,
de la ambición desmedida,
refugio de almas dormidas,
refugio de pecadores,
dulce flor entre las flores,
consuelo del que la busca
en la parroquia a diario.
¡Ruega por nosotros, Madre!
Refugio de nuestras almas,
y reina de San Bernardo.











Hay ocasiones, en que la fe, ha sido objeto de defensa a capa y espada en sus dogmas a lo largo de la historia.
En las reglas que se juran y sobre las que anualmente se realiza la protestación de fe en no pocas de las hermandades que componen la nómina de la Semana Santa se mantiene el juramento del voto en defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de María, hasta la última gota de nuestra sangre.
Así, la madrugada del Viernes Santo, la bandera blanca Concepcionista de la Hermandad del Silencio es flanqueada desde 1615 por un cirio y una espada, el cirio votivo se renueva cada año, llevando las inscripciones de los años desde su fundación hasta nuestros días y al otro lado el nazareno que empuña la espada, símbolo de la defensa la protege con un paño para no tocarla con las manos, como signo de respeto.
En la bandera, aparecen en el centro las letras M.A. y en las cuatro esquinas Q.S.A.C.
«Quis Sicut Maria Mater Dei, Absquelabe Concepta»
Quién como María Madre de Dios, concebida sin pecado.
Pero son sin duda las sagradas imágenes, el mayor vehículo de la fe en nuestras latitudes, y os contaré otra historia en la que podréis tener dos ejemplos distintos de fe ante una misma causa.
El 26 de Febrero de 1973, sobre las tres y media de la tarde, algunos lo recordaréis, se produjo un incendio en la capilla del Patrocinio, cuando todo estaba dispuesto para la celebración del quinario anual en plena Cuaresma.
La bella imagen de la Virgen del Patrocinio quedó reducida a cenizas, mientras que el Santísimo Cristo de la Expiración sufrió daños en las piernas, gracias a la cruz y a su altura.
«En la Cruz está la salvación» que diría un oportunista.
Pero también fue gracias a la rápida intervención de un hombre de fe que pasaba por allí, alertado por los gritos de la gente, trepó rápido hasta un balcón y mientras se repetía a sí mismo: «Dios está arriba y no me pasará nada» rompió  un cristal de una patada abriendo el pestillo de la ventana deslizándose hacia el interior de la capilla, en esos momentos de confusión en que la gente va de un lado para otro sin saber qué hacer, en medio de la humareda quitó las flores de los jarrones y vertió el agua sobre los pies del “Cachorro” que ya empezaba a arder por los talones.
Luego abrió las puertas y pudieron entrar bomberos y asistencias para sofocar el fuego en su totalidad.
Pero recordad: «Dios está arriba y no me pasará nada».
Minutos más tarde, una mujer, vecina de la calle Castilla que se había colado en la capilla entre el barullo y la confusión reinantes, a los pies casi calcinados del “Cachorro”, repetía entre sollozos:
«Señor: ¿Dónde está tu madre?»
Y es que las imágenes llegan a ser como parte de nuestras familias, siendo la oración un vehículo de comunicación que no se ciñe a cánones preestablecidos, saliéndose la mayoría de las ocasiones del más completo devocionario.
Aunque sea un manido tópico, es verdad que aquí en nuestra tierra, a Jesús y a María se les habla de tu.
Y para cerrar este capítulo y a modo de anécdota os diré que:
«La fe mueve montañas», ya lo habíais oído sin duda. A veces mueve hasta montañas de papeles que circulan por los despachos vaticanos.
Gracias a esa fe y a las incansables gestiones perseverantes de un Hermano Mayor al que la climatología maltrato en gran medida, hoy, la que era capilla del Patrocinio es la cuarta basílica menor de Sevilla sin pasar por Parroquia, Santuario o Iglesia Colegial.
«La fe mueve montañas».
Para finalizar con el capítulo de la fe, deciros que también puede ser nuestra compañera en momentos de duelo, unas personas se agarran a la fe y otras se alejan de ella.
Si tenemos en cuenta que las promesas de la religión católica pasan por el reencuentro con los seres queridos cuando muramos, la fe es un apoyo importante en estas circunstancias.
Nuestras devociones, también están presentes en las paredes de las capillas del tanatorio, en una sociedad como la que nos ha tocado vivir, impregnado todo de un laicismo militante que no deja títere con cabeza, la sobriedad luterana de esos muros fue llenada desde 2010 y gracias a una iniciativa de la Macarena, por grandes cuadros de las imágenes de Sevilla, siendo la primera imagen de Cristo como no podía ser de otra manera la de “Vera Cruz”, el más antiguo de la Semana Santa de Sevilla.
No sé a vosotros, pero a mí me resulta reconfortante estar en una capilla en esos momentos, donde se encuentran presentes nuestras devociones.



Siguiendo por este recorrido que hacemos por las virtudes teologales, la segunda sería la esperanza, que es la aspiración que tenemos los católicos en alcanzar la vida eterna como felicidad nuestra.
«Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin»
Lo expresamos cada Domingo en el Credo.
A diferencia de la fe, la esperanza tiene visos de futuro, de expectativa y puede ser la mantenedora de la fe, la mantiene viva.
Damos por buena la muerte de Cristo, porque conlleva en sí la esperanza de ser redimidos.
Como si no, podemos expresar la advocación “Cristo de la Buena Muerte”, en San Julián, uno de los barrios más antiguos de Sevilla al igual que la Macarena era un barrio de hortelanos. O en la antigua fábrica de tábacos hoy Universidad desmenbrada donde quedan simbólicas facultades y el Cristo de los Estudiantes.
Si la muerte se puede llamar buena, es en la cercanía del Rectorado, sin fin de cruces tras Él la tarde del Martes Santo. Cristo muerto entre los hachones, mástiles de luz tiniebla en su canasto sobrio.
Dulce expresión de bondad en la mortecina cara de la talla de Juan de Mesa.
Para entender lo que es la esperanza, podríamos poner un ejemplo que escuchamos con frecuencia en nuestra profesión o cuando se habla de “males”, tema adorable y recurrente en nuestras conversaciones.
«Yo tengo una fe ciega en el Dr. Fulano de Tal y Tal, porque tengo la esperanza de volver a andar cuando mi rodilla se cure.
La advocación de Esperanza, tiene una especial connotación en nuestras imágenes y siempre van seguidas de un segundo apellido que las identifica según barrio, congregación religiosa o profesional y siempre asociadas a la Madre de Dios, María es una criatura bendita desde su nacimiento, es la escogida para llevar en su vientre al Salvador en su condición humana, es ahí donde radica su grandeza. Cada vez somos menos capaces de dar una salida razonable a nuestra existencia, pues todo está basado en la secularización y el consumismo, sin valores que den la debida consistencia a la vida cristiana.
Como decíamos antes, es importante que los creyentes demos testimonio de la vida cristiana.
Entre las Esperanzas de Sevilla, solo la O no precisa ese apellido del que hablábamos, la O significa la cercanía del parto, la proximidad del alumbramiento, de la esperanza cercana y que responde a las aclamaciones de las antífonas que se cantan con el Magnificat del Oficio de Vísperas cada día, desde el 17 hasta el 23 de Diciembre.
O sabiduría.
O Señor poderoso.
O raíz.
O llave de David.
O Oriente.
O Cristo como Rey.
O Dios con nosotros.
También la Virgen de Gracia Y Esperanza de la Hermandad de San Roque, conjuga esa nomenclatura y forma parte de la ilusionante jornada del Domingo de Ramos.

Las calles se hacen angostas,
la cal cerca desafía
el argénteo material
que remata los costeros.
San Roque en Caballerizas,
medidos los guardabrisas
y el cimbrear los varales,
quietas todas las cinturas
que a pesar de la estrechura
el palio viene sin prisas
“Al compás la cera llora”
que le cantó el pregonero´,
vuelve Gracia y Esperanza
envuelta en su desconsuelo.








Y la eterna pregunta, la cumbre de las dualidades en una ciudad que vive y está acostumbrada ellas, podríamos estar enumerándolas toda la noche y no llegaríamos a un acuerdo:
Joselito o Belmonte.
Cádiz o Huelva.
Tinto o cerveza.
Sevilla o Betis.
Gran Poder o Pasión.
Macarena o Triana.
Todos tenemos en nuestro corazón la respuesta, y la Esperanzano se podía quedar atrás.

¿Cuál de las dos es más guapa?
Eterna dicotomía
que enriquece cada día
tertulias y mentideros.
¿Es qué quizás Subterráneo?
Paradigma de belleza
no llena con su realeza
cada Domingo de Ramos.
¿Es que la Salud en su llanto,
no te llega al corazón
y mueve a la devoción
a los que van tras su manto.
Es que acaso Guadalupe,
con su juvenil hechura
no envuelve con su fragancia,
los rincones de su barrio,
allá por la Maestranza.
¿Es que nuestras Soledades
no entristecen al que duda?
Una en sus cientos de cirios
otra en la oscura caoba.
Soledad de San Lorenzo
o de San Buenaventura.
O por Álvarez Quintero,
acariciando balcones
de los varales al cielo,
Madre de Dios de la Palma,
faroles de guardabrisas,
estrechez de Alcaicería
como el que enebra una aguja
pasa su palio y repuja
el relieve de su pena.
Otras, allá en sus salidas:
Hiniesta, Desamparados,
el traspasar las ojivas
convierten en un milagro,
silencio mientras avanza
y se ven las bambalinas.
Aplausos del corazón
acompasan la mecida.
Angustias, del Santuario
a la calle muy despacio,
delante Cristo Gitano
con la camisa más blanca,
los puños bien ajustados
que para llevar la Cruz
hay que estar bien arreglado.
O la Virgen del Buen Fin,
lo gótico de su paso
cuando entra por Cervantes
detrás del romano ecuestre
que el costado del Señor
con una lanza penetra
una vez su cuerpo inerte.
Vecina de San Martín,
como la gloria divina
de la que también espera,
patrona de los cuidados,
de las planillas, los turnos,
de los festivos, los sueros,
de los timbres, de los yesos,
del señorita hasta luego.
De los que velan las camas
en el frio de Febrero,
de los puntos, de las plantas,
del celador, de las mantas.
Del canalla del Diraya
que a nadie pone de acuerdo.
Enfermera que divina,
en la Esperanza nos tienes,
cuida de la profesión
y da salud a los que deben
de velar por la salud
de aquellos que no la tienen.


Al salir de calle Cuna,
el cortejo ya cansado,
avanza la que parece
que nunca se rinde o duerme.
La luz de sus velas baja,
el sol ya roza su cara,
las esmeraldas ya brillan
lo mismo que su mirada,
sus lágrimas resplandor
de la tristeza callada.
¿Quién te hizo Madre mía?
¿Quién marcaba los senderos
de esa gubia desafiante?
¿Quién buscaba entre lo errante
la preciosa sinfonía
de componer tu semblante
entre pena y alegría?
¿Quién transformó tus dolores?
¿Quién encontró ese camino
entre divino y humano?
¿Quién bendijo aquellas manos
con tantísima riqueza?
Para exaltar la belleza
con tan sutil sintonía
y encontrar tu bello rostro
en el celestial pasillo
de tu fiel candelería.
¿Quién te talló Madre mía?
En tu paso perfección,
varales y bambalinas,
cada uno de tus mantos
delicias de bordador,
que para fondo de armario
ejemplo de la mejor.
Elegante el movimiento
que se aplica su cuadrilla,
las “chicotás” muy medidas
que el que maneja “el dragón”
es hombre de garantía,
que no en vano ese martillo
es origen de porfías.
El barrio de nuevo alcanza,
ya está en las calles estrechas,
enjambre de capirotes,
ciriales, bocinas, varas
la acompañan a su vuelta
allá por la calle Parras.
Que es como tocar el cielo,
cruzarte con su mirada
y esa carita que triste
a veces muda el color
y transforma en alegría,
lo que antes fue dolor.
Guárdanos siempre María,
Mediadora Universal,
líbranos de todo mal,
que no es sangre, es emoción
lo que llevan nuestras venas.
¡Llévanos siempre a tu lado,
Esperanza Macarena!










Y la gente con la espera,
verde se tornó el morado
que es el fiel significado
de que la noticia llega:
¡Ya la Virgen en la calle!
con el pueblo que le reza.
Azucena en tu custodia,
tu vientre pleno de Gracia,
noble espiga que se mueve
al son que el aire la mece.
Racimos de fe parecen
los que a tu lado te llevan
y que en tu barrio revelan
el amor que se desborda
gritándote a su manera,
pregonando tu belleza.
Ya se encoge el gladiolo
cuando ve la pared cerca
ya caen sobre tu palio
pétalos de lluvia intensa
cuando al llegar por O`Donnell
la vereda se hace estrecha.
Como el salmo de David:
Hijas de reyes en tus nobles damas,
pero a su diestra en oro de Ofir
está la Reina.
La Pura y Limpia a tus pies
en el frontal de la calle
que la cera deja ver
lo sereno de tu rostro,
la perfección de tu cara
y lo fino de tu talle.
Si hasta los mismos dragones
que trepan por los varales
quieren buscar en sus ojos
la inmensidad de los mares.
Ya vuelve y es de mañana
ya el sol enfoca sus rayos,
ya la Estrella en su capilla
ha preparado la puerta,
continúan pregonando
las gargantas su belleza
y tu paso que se acerca
a casa de la vecina
como en los antiguos patios
donde el arrabal vivía.
Ya vuelve de recogida
la que en cada “levantá”
eleva al cielo plegarias,
la que tan solo con verla
el corazón se dispara.
Faro en la noche cerrada,
de las cercanas orillas,
almirante entre las olas,
del llamador su barquita,
llévanos a aguas tranquilas
desde este valle de lágrimas
y no dejes de ser nunca:
¡De Triana la Esperanza!


¿Quién transformo tus dolores?
Y es es que si la Esperanza es la advocación mas gozosa, mas festejada, también podríamos significar los Dolores de María, como la evocación de la tristeza en la representación iconográfica de nuestras sagradas imágenes.
Los siete dolores de la Virgen María con su significación teológica y litúrgica mas profunda, desde la profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el templo hasta la penosa soledad que experimento tras el entierro de su amado hijo.
Siendo quizás la de los Dolores la mas universal de las advocaciones y que en nuestra Semana Santa está representada en el mismo número de titulares.
 Y como no hablar de la hermandad vecina de esta casa, con su representación alegórica del Varón de Dolores, bella descripción de la profecía de Isaias en su desprecio entre los hombres y su singular palio, donde la Virgen del Sol acompañada de San Juan y Maria Magdalena, sostienen la Sacra Conversación, en el dolor compartido.


En tus Dolores Señora
que recorren la ciudad,
hasta llegar a los siete
la tristeza los convierte
en peregrinos lejanos
que del Cerro comparecen
la tarde del Martes Santo.
En el centro San Vicente
con faldones de marfil,
hacia el cielo su perfil
sobre plateada peana.
Dolores en Santa Cruz,
tras la gótica agonía,
humilde misericordia,
“Stabat Mater” de gloria
por la vieja judería.
De Molviedro a Plaza Nueva,
con San Juan al otro lado,
la sacra conversación,
de las lágrimas el paño:
Misericordia y Dolor,
que es mayor en San Lorenzo,
traspasado el corazón
que persigue la zancada
del que mantiene la cruz
sobre sus hombros alzada,
con absoluto poder
en la triste madrugada.
De San Marcos los Servitas,
en lienzos vida marchita
y la piedad de sus brazos,
de Jesús ya descendido
entre ángeles rendidos
y rosarios de claveles.
Arenal de carreteros,
entre el azul terciopelo
de túnicas de otro tiempo,
Virgen del mayor Dolor,
romántica soledad,
aromas de Montpensier,
no parece que el ayer
hubiese pasado ya.
Siete Dolores, así como Siete Palabras, las que Jesús pronuncia antes de expirar, en la triste escena que nos representa el bello misterio desde la parroquia de San Vicente. Hermandad Sacramental con la Custodia bordada en su escudo, el hábito más antiguo de la Semana Santa para acompañar a Jesús en la cruz mas alta.
Y el dolor, puede llegar a ser amargo en contraste con una alegre jornada. Silenciosas filas de blanca penitencia, racheo del imno cofrade por excelencia, girones del corazón en cada levantá, cantares de clausura en su vuelta por Santa Angela. Amargura en la noche tras el vil desprecio de un rey enfurecido, San Juan se hace Sevilla en su consuelo.
Y si antes hablábamos de Esperanza, es la Caridad la última de las virtudes teologales y no por ello menos importante, de las tres que han vertebrado este discurso.
Siempre asociamos la caridad a una forma de “rascarse el bolsillo”, a una donación, a dar algo o a trabajar en algo en lo que podamos prestar ayuda al prójimo, y realmente puede ser así, porque es la extrapolación del máximo mandamiento de Dios, llevado a la realidad.
«Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo».
Cuantas veces nos hemos hecho la misma pregunta, en foros y reuniones: ¿Qué pasaría en la Archidiócesis de Sevilla si no fuese por la caridad de las hermandades?
No es nuevo este tema para las corporaciones de nuestra ciudad, si hacemos un pequeño repaso por el número de hospitales que existían en Sevilla, es fácil entender que la caridad siempre ha ido unida al carácter benefactor y altruista de los sevillanos.
Hospitales como San Lázaro, fundado por Alfonso X “el sabio” para la atención a enfermos de lepra, en la segunda mitad del siglo XIII, hospital de “las cinco llagas o de la sangre”, actual parlamento de Andalucía, fundado por Catalina de Ribera en el siglo XVI, dedicado a la curación de mujeres.
O hospitales intramuros como el del “Buen suceso”, también llamado de “los mínimos” por ser su orden fundadora. Hospital de “la misericordia”, que se fundó para buscar limosnas para casar a doncellas desamparadas.
El hospital de la Paz, situado en la plaza del Salvador, hoy residencia de ancianos regentada por la orden de San Juan de Dios, o el Pozo Santo.
Pero quizás el más representativo de todos sea el hospital de la Santa Caridad, fundado por la hermandad del mismo nombre que data de 1456 y que en un principio se dedicaba a dar sepultura a los condenados a muerte que eran ajusticiados y a los que se ahogaban en el río, en una época donde probablemente los conocimientos de natación fueran equiparables a los de los subsaharianos que viven la horrible penuria de la búsqueda de nuevos horizontes al abrigo de las mafias que comercian con sus vidas.
Luego el hospital de la Caridad, se convirtió gracias a Miguel de Mañara en lugar de atención a enfermos y mendigos, la mayoría de ellos abandonados en las calles.
En la actualidad, no hay una corporación que no esté comprometida con algún proyecto solidario:
Acción social.
Entrega de alimentos y comedores sociales.
Ayuda y mantenimiento de vocaciones sacerdotales.
Proyectos en el llamado “tercer mundo”.
Fundaciones asistenciales.
Aunque las tendencias en caridad, y de eso saben mucho los de “Cáritas”, es orientar a los hermanos en la búsqueda del empleo.
Hermandades como Gran Poder, Soledad de San Lorenzo, Cachorro o la Paz, encaminan ya sus pasos hacia esas tendencias.
Evidentemente el que os habla es humano y tiene sus debilidades y no puede dejar de hablar de Caridad con mayúsculas sin hacerlo de la Hermanas de la Cruz.                                                                                            En una ocasión, por cuestiones profesionales tuve que entrar en sus dependencias para administrar una medicación y comprendí lo que es “el voto de pobreza”, lo que es necesitar poco para vivir y darlo todo por los demás.
Ellas aplican la mejor terapia, la que no necesita receta ni visados, la que llega al foco de inmediato, la que tiene la inmediatez del que desespera sin saber que hacer en un momento delicado.
Es la oración, ese vehículo al que siempre dejamos aparcado porque creemos que no arranca y Ellas tienen ese combustible que mezclado con la fe, hace que la esperanza renazca de sus cenizas.




Acolleradas parejas,
esparto en sus pies cansados,
blanca la luz del tocado
y un hábito desgastado
ceñido por un cordón,
del pecho pende una cruz
signo de su hermanamiento.
La caridad en movimiento
que Santa Ángela sembró,
semilla de gran valor
austeridad en su convento,
rigidez en la clausura,
en su puerta la Amargura
de par en par las del cielo,
cánticos que lleva el viento.
Por las aceras y calles,
esperando ese detalle
de la caridad sincera,
no pregonan lo que valen
a veces larga la espera
del donativo que llega,
que nunca su diestra mano
sabe lo que hace la izquierda.
Las que atienden a los pobres
y visitan los enfermos,
mientras una salud cuida
la otra te pone un puchero,
en el silencio sus obras
en su paseo quietud.
Rezaremos por usted ahora
que le hace mucha falta,
son las “gracias” que atesoran
las de anónima virtud,
siempre el Señor las bendiga
las Hermanas de la Cruz.

La Caridad es también una advocación común en nuestras imágenes, lo es en el soberbio misterio de Santa Marta, si al principio hablábamos de tratado de teología cuando nos referíamos al paso del “Sagrado Decreto”, ahora podríamos hablar de catequesis itinerante en la piadosa constitución de este misterio.







Cristo de la Caridad,
su sangre aún derramada,
rosa roja sobre lirios
en alfombra transformados.
Para dar paso al traslado,
Santos varones lo llevan
en nacarado sudario
que apenas se deja ver
entre la densa humareda
el séquito funerario.
Poco antes, se imagina
el descanso de Jesús
en los brazos de María,
de Misericordia Dios
en Piedad baratillera,
muy cerca del Arenal
donde ajustan su montera
los que la vida se juegan
en el amarillo albero.
Caridad, bello semblante,
morena que para el tiempo,
pequeño se hace el Postigo
para que pase tu palio,
en el preciso equilibrio
que va tu cuadrilla andando
pues ya en Carrera Oficial
te sientes como en tu barrio.
Por la plaza de San Marcos,
la Piedad en Sábado Santo,
caoba y plata en su peana,
rojos sus centros de flores.
Cristo de la Providencia,
yace en los Siete Dolores
que su Madre entre faroles
va llorando ya su ausencia.
Cristo de la Caridad,
su sangre aún derramada,
la Magdalena aturdida
de rodillas, siempre al lado,
busca ausente en su deriva
las razones de una muerte
que no por ser anunciada
dejará de conmoverle.
Unos pasos más atrás
con los clavos en sus manos,
Santa Marta, la que vio como Jesús
volvió a la vida a su hermano,
Lázaro resucitado.
Volvió por Cuna el misterio,
se oscureció ya la plaza,
ya la campana empezó
su triste toque funesto.
Es de noche en San Andrés
y lento, sin pausa avanza
el más hermoso cortejo,
si no fuera porque lleva
el cuerpo de Jesús muerto.
Y si antes concentrábamos el concepto de ilusión, de espera, de transmisión de familias enteras, de padres a hijos y de generación tras generación.
Es quizás el Jueves Santo, el día que abarca un mayor contenido litúrgico, con un marcado carácter conmemorativo de la Pasión de Cristo.
Es el día que acaba la Cuaresma, con el lavatorio de pies en los Santos Oficios y el comienzo del triduo más importante del año litúrgico, es el Triduo Pascual, que empieza con la celebración Eucarística y acaba con la vigilia pascual el Domingo de Resurrección.
Por otra parte, celebramos este día, “el día del amor fraterno” que debemos tener hacia nuestro prójimo, base de la convivencia en el espíritu cristiano.
También podríamos decir que es uno de esos días que relucen más que el sol, según el dicho popular que lo equipará al Corpus Christi y al día de la Ascensión.
Pero vayamos a la cuestión cofrade, que es la base de este acto, y es que he querido rendir un pequeño homenaje a este día, pues probablemente porque en los últimos años y debido a las obligaciones para con mi hermandad lo he disfrutado en menor medida.


Por rincones a la vera
de la plaza de los Carros
suena el tintineo alegre
de los rosarios alzados.
Capillas en los varales,
el manto muy bien plegado
como capote de briega
esperando en la barrera.
Ya asoma la Virgen ¡niña!
ya se ven sus bambalinas.
Reina del Santo Rosario,
que reza en su cabecera,
lágrimas riegan olivos
con su llanto en primavera,
madre en el Getsemaní
reina de la calle Feria.
Para los que han de velar
el sueño llegó temprano,
que difícil de pasar
el cáliz de los pecados
de toda la humanidad,
mejor que pase de largo
que sangre empieza a sudar
el que oración en el huerto
más tarde será entregado.
Como te azotan Señor,
qué triste desolación
contemplar la sin razón
de verdugos ensañarse
aceptando sin quejarse
la pena que se le imparte
y así mismo demostrarnos
la verdad del Evangelio.
Hermosa lección de amor
allá por la collación
del barrio de los Remedios,
mantiene allí su capilla
en la fábrica cerrada
del Guadalquivir orilla.
Coronación de por medio,
sobre la cara sencilla
de la Virgen Cigarrera,
mucho tardó la presea
en concederla Palacio
a la reina que pasea
con particular encanto,
armonía en su belleza,
joyero augusto su palio,
acompañada por reyes
en imágenes de antaño,
tendría que ser Ella alteza
y Majestad consumada,
Victoria que en la tristeza,
continua siendo guapa,
que hasta la Torre del Oro
se arrodilla cuando pasa,
que Ella es la Madre de Dios
Ella es gloria Coronada.
Y mientras en el exilio,
no parece que haga tanto,
para ellos casi un siglo,
la misteriosa subida
de la Cruz en el martirio,
sayones tiran de sogas
de las que tiramos todos,
cada día en cualquier sitio.
Los romanos a caballo
entregando la sentencia
y ladrones esperando
que su turno comparezca.
Lágrimas en la ternura,
lágrimas en el perdón,
lágrimas en la amargura,
lágrimas en la conciencia.
Que cruel la tesitura,
presenciar la dura escena
de tan terrible tortura,
entre cera y entre plata
mecen Señora tu pena,
costaleros que te llevan,
catorce años ausente,
en los despachos desidia,
pero el Vía Crucis termina,
Lágrimas que ya volvieron
llenan Santa Catalina.
Con la tarde ya vencida
allá por la Magdalena
benditas manos acordes
Sábana Santa sujetan.
Pidió el cuerpo Arimatea
del Redentor a Pilato
y José se apresuró
con Nicodemo a bajarlo,
en el triste bamboleo
que da vida al escenario.
Quinta Angustia de María
que entre lirios y entre bronce
va cumpliendo los dolores
que la liturgia le otorga.
Faroles del mar batalla,
de Lepanto, Juan de Austria
inspiración del artista
que en el bronce los tallara.
La Cruz de Guía velada
Y Miserere en los cantos
Quinta Angustia de María
la tarde del Jueves Santo.
Verónica de amor puro,
lances de clamor sincero,
al enjugar el sudor,
su rostro se quedó quieto
entre las manos de quién
supo mover el pañuelo,
con la mano tranquilizas
mujeres en sus desvelos
y continua sus pasos
Jesús con la cruz al cielo.
Por delante las espinas
de la punzante diadema,
una de ellas reliquia
en andas sobre libreas,
rasgan la piel inocente,
clámide, cetro y corona
en burda entronización,
burlas sobre los espejos
por el oro repartidos
de un canasto singular
para siempre recordar
al hermano que se mira
que el tiempo pasa fugaz
y que es un año más viejo.
En este Valle de lágrimas,
Salve que desde pequeños
rezamos en el colegio,
hoy parece un sacrilegio
rezar hasta un Padrenuestro.
Valle de los ojos verdes,
Señora entre las señoras,
cuantas veces vi perderse
a los sones de tu marcha
tu palio por calle Sierpes
solicitando la venia
para seguirte en la senda
que hasta la calle Alemanes
marcaba tu luz eterna.
Por la calle Recaredo,
faroles a Jesús muerto
sobre una agreste montaña
de ortigas y de hojarasca,
madera sobre madera
la Cruz que la zarza engloba
y envuelve la triste hora
del final del sacrificio.
Cristo de la Fundación
serena paz en su cara
oscuridad de caoba
en su fúnebre atalaya,
sobre las seis de la tarde
enmudeció “la Campana”.
Ni los ángeles del cielo,
ni la reina que es de ellos
en su bizantino palio
mitigan el sufrimiento,
lloran detrás de la causa
que ya no tiene remedio.
Plateados los acantos,
incienso, cirial y palmas
multiplican el encanto
de sus juveniles rasgos
que un día, fruto del encargo
de hermanos de piel oscura
buscasen la más segura
de las vías de oración
y llevar en procesión
a la que adoran con celo
Madre de la Fundación
y hermosa constelación
de los Ángeles del Cielo.



Poco a poco, va llegando este texto a su fin, como sentimos el Viernes Santo que va acabando el tiempo señalado cuando oimos de lejos el mortecino tintineo del  muñidor de la Mortaja, el ritmo medido y triste, la cruz de manguilla y los faroles bajos nos trasladan a un antiguo cortejo que precedido de las dieciocho parejas de ciriales que abren paso a la piadosa escena.
Que lejos han quedado ya la primera venia, las primeras flores que lucen ya marchitas esperando su retiro y la cera lánguida, caida y rizada por el capricho de los vientos.
“Mors mortem superavit”, reza en el negro sudario que ondea en la cruz que trás la innombrable y pensativa  “canina” nos recuerda el triunfo de la muerte sobre la propia muerte, aunque nadie la quiere mirar a la cara; tanto es así que hasta el llamador del paso está acomodado en la zambrana, para que el capataz no tenga que vérselas con el infame esqueleto y su afilada guadaña en cada “levanta”.
Pero todo volverá a resurgir, el domingo de Resurrección también habrá nazarenos blancos y sentiremos el gozo de la Aurora y la penitencia de todo un año, unas veces con tiempo añadido y otras con descuento según el calendario marque, que es el arbitro de nuestras vidas.
En Noviembre pasado, coincidiendo con la celebración del bicentenario del Museo del Prado, escuché decir a un operario jefe de la brigada de mantenimiento y traslado de las obras de arte del museo, que aún se le cortaba la respiración cuando tenían que mover por alguna causa los cuadros más señeros y hacía especial incapie en el de “las meninas” de Velázquez.
El que os habla, había asistido muchas veces al traslado del Señor de Pasión a su capilla, o a su altar de culto, o el Lunes Santo a su paso procesional, pero os confieso que la primera vez que tuve la oportunidad de arreglarlo para un besapie, de dejar caer la túnica sobre sus hombros, de atar sus manos con un cordón morado, no solo se te corta la respiración, sino que te das cuenta verdaderamente del inmenso patrimonio que está depositado en nuestras manos.
Recuerdo con muchísimo cariño al ya fallecido Don Manuel Trigo, el que fuera el último párroco del Salvador antes de que se convirtiera en Iglesia Colegial y que como director espiritual de la Hermandad, oficiaba como camarero del Señor y que siempre que íbamos a cambiarlo de ropas decía una oración previa que compartía con nosotros, ya cuando era más viejo se limitaba a decir la oración y contemplaba como lo arreglábamos diciendo como le iban ajustando las prendas.
«Señor, guía nuestras torpes manos para que con el amor que te tenemos, seamos capaces de realzar aún más tu belleza si cabe»
Aún me emociono cuando repito esas palabras, porque son el mayor y mejor deseo que puede uno tener cuando te enfrentas a esa bendita tarea.
Observación -» Curiosidad -» Atracción -» Transmisión -» Fe.
¿A que os suena un poco?





Salve Madre y Señora
la que del día es aurora,
que concedes la Merced
a todo aquel que la implora.
Del Salvador mediadora
de gracia y bondad infinita
del pecado auxiliadora
del que de ti necesita.
Las esquinas de tu paso
Mercedarios las vigilan,
de marfil la filipina
virgen que tu calle abre
Inmaculada corona,
ráfagas de plata fina.
De San Carlos la reliquia,
el fundador de la orden
de la gracia de tu nombre.
Mientras en la soledad
solemne de su capilla
sobre su cuerpo hecho pan
en Sacramento adorado
allí siempre espera Dios
en Pasión representado.
Yo también vine Señor
con los puños apretados
buscando una explicación
al sufrimiento inhumano.
Caminaba entre tinieblas
en imsomnes madrugadas
cerradas todas las puertas
sin luces que me alumbraran,
ni en la paz de tu presencia
encontraba la vereda
que a la salud me tornara.
Ni en el peso de tu cruz
ni en túnica morada,
ni en el gastado talón
por besos de multitud
encontraba la coartada,
dejado a la ingratitud
de una conciencia olvidada.
A veces la frustración,
la angustia desencadena,
el corazón se revela
y se pierde la razón.
Y es que no tengo palabras.................
Yo que tuve el privilegio
de cambiar tus blancas albas,
de la túnica ceñirte,
de cepillar el tallado
de tus cabellos y barba.
De plantear un altar
en la novena esperada
y de rezarte al oído
tocando cara con cara.
Y es que no tengo palabras…………………
Yo tan ingenuo pensaba
que no te podría llevar
sobre mis hombros un día.
Ignorando los designios
que para mí preparabas,
y es que al final te llevé
como el que lleva a un bebé
en tu peana tallada,
o debajo del costal,
la ropa bien ajustada.
Y es que no tengo palabras………………..
Quiso tu Padre Señor,
que para salir del mal
de una horrible depresión,
cogiera papel y pluma
y escribiese este pregón.
A Ti te dejo el encargo
de dar las gracias a Dios
y como rezan tus preces:
Confórtanos Señor siempre,   
confortanos en tu Pasión.      
Dicho queda.                                                     




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