DESAYUNO EN SAN FERMIN
Me adentro en el casco viejo de Pamplona, solo han pasado
unos minutos desde que el último Miura cerró la desenfrenada carrera por Mercaderes y Estafeta, entrando en el ruedo ya en manos de los pastores, que con sus varas ponen orden en la manada.
Las ambulancias hacen sonar sus sirenas portando al infortunado suicida vocacional
que va herido o pisoteado aún no sabe ni por qué o por quien o contra qué, pero ya tiene algo que contar.
Los bares se llenan de mozos embusteros como cazadores,
que raro es el que no ha salvado la vida al de al lado en un quite o recorte en el último momento.
Enseñan sus cicatrices como los costaleros sus cuellos en nuestra Sevilla, cuando hablan del "jabón" que ha dado ese Miura de madera con patas que es el paso;
en "la cuesta del bacalao".
Observados atentamente por el "guiri" de turno que desayuna chistorra desde un balcón de pago, y que se pregunta en voz baja:
¿Qué cojones vió Hemingway en San Fermín? para venderlo como una subcontrata del riesgo alcoholizado.
Un turismo escaso de caudales y rico en mochilas harapientas, despedidas de solteros/as inundadas de calimocho y sudor, siempre aderezadas por un insufrible hedor a fermento gástrico recién expulsado.
Me retiro un poco del circuito de gladiadores blanquirojos de espada de periódico y ayuno prequirúrgico para desayunar tranquilo, harto ya de oir hablar de cornadas, revolcones y volteretas imaginarias.
Una cafetería me acoge amable, tanto por su personal
como por su decoración.
La chica que me atiende, fina,
en su silueta y en su hablar.
Nada de voces, comedida y dulce como el brochazo de caramelo de un croissant por arriba.
Su camiseta gastada deja adivinar la oscuridad de las tiras de su lencería, así como los severos trazos de un tatuaje tribal a la altura de su escápula, probablemente más hecha para acariciar que para inyectar el indeleble tinte a fuerza de dolor.
Habla despacio y sonríe despacio, como si la inagotable farra fuera ya mermando sus fuerzas al frente del mostrador.
Comparto con ella mi procedencia y ríe con ganas y sin disimulo, como si los dos polos de la exageración fueran
Pamplona y Sevilla.
Manuel Alfonso Consuegra
Dos de Junio de 2018
www.soyquiensoy.es
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