A MI DOCTORA

Cumplidos ya los sesenta,
cuando empieza la añoranza,
cuando encaras ya la recta,
donde la meta se alcanza.

Testigo ya de tus hijos,
sus alianzas selladas,
abuelo ya de dos nietos,
y una esposa enamorada.

Cuando navegas feliz,
porque la brisa acompaña,
piensas ya en el jubileo,
y a nadie debes ya nada.

En pocos días, de pronto,
esa tremenda ilusión,
esa feliz percepción,
de la vida atesorada
ves que está siendo frenada
por una mente cansada,
que empaña tu singladura,
y convierte en aguas duras,
las que antes fueron mansas.

Navegas ya a la deriva,
sin rumbo ya ni esperanza,
viendo que pasan las horas,
las semanas y los días,
falto de paz y de calma,
la angustia te corroe el alma
y no llega la alegría.

Lejano ya de la orilla,
en mitad del peor sueño,
un buen día doy con alguien,
que sin saber de mi apenas,
me lanza un cabo de lejos y    
oye mis cuitas atenta,
y en el cielo me presenta,
un caminito de estrellas,
que poco a poco aminora,
ese mal que me atormenta.

Tranquila, seria, serena,
presta toda su atención,
lo que mis torpes palabras,
convertirá en solución,
de la triste situación,
que mi cabeza atenaza.

Y un día la historia se torna,
de la cama doy un salto,
me peleo con la ducha,
hasta la conciliación,
doy un repaso al jabón,
al peine y a la cuchilla,
abrazo a la que sufrió,
conmigo la pesadilla,
cuanta bondad y que paciencia,
el Señor me  la bendiga.

Y agarrada por el talle,
sin creerlo todavía,
me la llevo hasta la calle,
y el azahar me hace ver
que el panorama cambió,
y que por fin se ganó,
la peor de las batallas,
de una guerra que aunque larga,
con el tratamiento dió,
una médica muy sabia,
desde aquí le doy las gracias.
Con todo mi afecto.

Sevilla, Abril de 2018.

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